No hay dudas de que tanto una alimentación saludable como la práctica regular de actividad física influyen positivamente en cómo funciona nuestro cerebro.
Una dieta equilibrada, basada en frutas y verduras, legumbres, cereales enteros, aceite de oliva, frutas secas y carnes magras producen grande beneficios.
Por ejemplo, los ácidos grasos omega 3, que se encuentran en los pescados, aceites, frutas secas, semillas, etc, protegen al cerebro del deterioro que va sufriendo con la edad así como el del temido mal del Alzheimer.
El complejo B, presente en legumbres, cereales integrales y vegetales verde oscuro protege contra la disminución de la memoria y mejora la función cognitiva
Las carnes aportan hierro, que ayuda a transportar el oxígeno al cerebro.
La vitamina E es un poderoso antioxidante, presente en los aceites y frutas secas, que protege a las neuronas de los radicales libres.
En cuanto a la actividad física, ya hoy se sabe que el sedentarismo es un factor de riesgo para desarrollar enfermedades neurodegenerativas.
El ejercicio realizado en forma regular, no sólo aumenta el flujo de sangre al cerebro dando mayor oxigenación, sino que, además, protege a las neuronas.
Después de un entrenamiento se segregan endorfinas, que son sustancias que tienen un efecto calmante de los dolores y son moduladoras del estado de ánimo.
Por cierto, las personas que hacen actividad física, tienen niveles más bajos de depresión, ansiedad e ira.
Y, fundamentalmente, la práctica constante de ejercicio estimula lo que se denomina “neuroplasticidad”, que ayuda a la formación de nuevas neuronas y a la consiguiente interconexión entre ellas, mejorando de manera contundente la función cerebral
Dra. PATRICIA RUBISTEIN
Médica Nutricionista
MN 61.558