Cuando una persona, independientemente de su peso, se alimenta mal, comienza a tener síntomas que, en general, se relacionan con la forma de comer.
Síntomas como pesadez, reflujo, cansancio crónico, falta de ganas de hacer cosas, problemas articulares, alteraciones en el sueño con la consecuente “somnolencia diurna”, y muchos otros más.